miércoles, 27 de junio de 2012

La conciencia de la muerte potencia aspectos positivos de la psicología humana



  • La revisión de docenas de estudios revela que la mortalidad no solo tiene un lado oscuro


Reflexionar sobre la muerte no tiene porqué provocar solo miedo, agresividad, desaliento y otras sensaciones negativas, como cabría esperar. De hecho, tiene también un efecto positivo en la psicología humana. Esto es lo que ha revelado la revisión de docenas de estudios al respecto, realizada por científicos de la Universidad de Missouri, en Estados Unidos. Los datos arrojados han constatado que, en las situaciones en que se incrementa la conciencia de la muerte, como tras un atentado terrorista o una catástrofe natural, la gente reafirma los aspectos positivos del mundo, y se puede volver más pacífica, cooperativa y cuidadosa.


“No creo en Dios, pero lo echo de menos”. Con esta frase comienza el último libro del novelista británico Julian Barnes, autor de obras como Amor, etc. o Arthur & George.

En él, el escritor, que hoy por hoy se considera agnóstico pero que antes fue ateo, decidió afrontar su miedo a la muerte preguntándose, ¿cómo puede un agnóstico temer a la muerte si no cree que exista una vida después de ésta? ¿Cómo se puede tener miedo a Nada?

Según publica The New York Times, a partir de estas preguntas Barnes ha elaborado una elegante memoria de su vida y una meditación sobre Dios y la tanatofobia, que no dejan indiferentes.

Bajo el título “Nothing to be frightened of” (Nada que temer), la obra es un recorrido por la vida familiar, un intercambio de ideas con su hermano (el filósofo Jonathan Barnes, una reflexión sobre la mortalidad y el miedo a la muerte, una celebración del arte, una disertación sobre Dios, y un homenaje a otro escritor, el francés Jules Renard.

Desasosiego y tanatofobia

Barnes, que padece tanatofobia (miedo a la muerte persistente, anormal e injustificado), piensa diariamente en su muerte o se imagina situaciones en las que moriría, como atrapado entre las fauces de un cocodrilo o en un barco que se hunde.

La muerte le genera un gran desasosiego: teme la disminución de la energía, que la fuente se seque, que se desvanezca la luz. “Miro alrededor, a mis amistades, y puedo ver que la mayoría de éstas ya no son amistades sino, más bien, el recuerdo de la amistad que tuvimos”.

Barnes, que vivió la decadencia de sus padres y su muerte, escribe además “a pesar de que escapamos de los padres en la vida, ellos parecen reclamarnos en la muerte”.

Pero, para el escritor, la fe religiosa no es una opción para todo este desasosiego, y apunta que “no tengo fe que perder… Nunca fui bautizado ni acudí a clases de catecismo los domingos. Nunca he estado en misa… y entro constantemente en las iglesias sólo por razones arquitectónicas”.

Religión moderna

Para Barnes, la religión cristiana ha perdurado únicamente porque es “una bella mentira… una tragedia con un final feliz”. Pero las alternativas modernas a la fe cristiana tampoco le confortan.

El autor habla, por ejemplo, de las terapias como formas contemporáneas de religión. De ellas dice: “el cielo secular moderno de la auto-realización: del desarrollo de la personalidad, de las relaciones que nos ayuden a definirnos, de un trabajo con cierto estatus… la acumulación de aventuras sexuales, de visitas al gimnasio, de consumo de cultura. Todo esto nos acerca a la felicidad, ¿no es cierto? Éste es el mito que hemos elegido creer”.

Barnes sólo encuentra consuelo en la ciencia, que dice: todos estamos muriendo. Incluso el sol. El homo sapiens está evolucionando hacia nuevas especies a las que no les importará quienes fuimos nosotros, nuestro arte y nuestra literatura. Cualquier saber caerá en el completo olvido. Cada autor llegará a convertirse en un autor no-leído.

En definitiva, dice Barnes, las personas pueden temer su propia muerte pero, en realidad, ¿qué somos? Simplemente un conjunto de neuronas. El cerebro no es más que carne y el alma, simplemente, “un relato que el cerebro se cuenta a sí mismo”.

Entrar y salir

En cuanto a la individualidad, ésta no es más que una ilusión. Los científicos ni siquiera han podido encontrar evidencias de la existencia del “yo”, señala Barnes, que es algo que nos hemos contado a nosotros mismos. No producimos pensamientos, sino que los pensamientos nos producen a nosotros. El “yo” al que tanto amamos sólo existe en la gramática.

Barnes afirma, por otro lado, que no exite separación alguna entre “nosotros” y el universo. Somos sólo materia, unidades de “obediencia genética”. La sabiduría, según él, consistiría en asumir esto, y en “no pretender nada más, en descartar el artificio…” De la misma forma que los artistas, cuando llegan a la madurez, se quedan con la simplicidad.

Con estas reflexiones acerca de la mortalidad humana y de la manera de afrontarla se adentra el autor en la edad madura, conversando con sus lectores sobre el miedo más universal, según el Washington Post.

“La muerte es para mí el único aspecto espantoso que define la vida. A menos que uno no esté completamente consciente de ella no se puede llegar a comprender en qué consiste la vida, a menos que se sepa y se sienta que los días de vino y rosa son limitados, que el vino se agriará y las rosas se marchitarán en su apestosa agua antes de que todo sea abandonado para siempre, no habrá contexto para que estos placeres y curiosidades nos acompañen en el camino a la tumba”.

Enfrentarse a la realidad de la muerte es tan impactante, que Barnes asegura envidiar a las personas que lo hacen con fe. Ciertamente, aquéllos que disfrutan del regalo de la fe religiosa cuentan con una ventaja frente a los que no la tienen. El creyente moribundo atravesará, para él, una puerta de entrada, mientras que el resto de los humanos verán en la muerte sólo una puerta de salida.

Fuente: tendencias 21

Por qué no podrás experimentar el instante de tu propia muerte

Una teoría neurocientífica de la muerte: ya que nuestro cerebro tarda en integrar una experiencia consciente vivimos siempre en el pasado, cuando surge la conciencia de la muerte--de ese instante fatal-- ya estamos muertos


¿Tienes un mórbida curiosidad por saber lo que se sentiría recibir un balazo en la cabeza, chocar contra un vidrio a cientos de kmph o simplemente sentir ese último aliento en toda su extensión? Puedes dejar de preguntártelo, puesto que difícilmente lo sabrás, incluso si te sucede a ti.

Por una parte esto se dificulta puesto que el cerebro tarda en procesar una experiencia. Las señales que percibimos e integramos como experiencias tardan en viajar a través del neurocórtex y en ser asimiladas. El neurocientífico David Eagleman señala que estrictamente “siempre estamos viviendo en el pasado”. Nuestro cerebro tarda entre 150 milisegundos y 300 milisegundos, según Eagleman,en ensamblar una experiencia consciente después de percibir una señal. Esto ocurre porque nuestro cerebro se toma el tiempo de sincronizar todo lo que percibimos, cuando las cosas ocurren a diferentes velocidades y a diferentes distancias (por ejemplo el sonido y la luz viajan a diferente velocidad, algo que cotidianamente podemos percibir en un rayo).

Incluso un accidente automovilístico tarda menos. A los 8.5 ms las bolsas de aire se disparan; a los 15 ms el auto empieza absorber la temperatura del impacto; a los 70 ms el pasajero ya ha rebotado dentro del auto –el punto en el que los expertos declaran el evento como completo.


El caso de un disparo de bala es aún más rápido. Aunque existen numerosos casos en los que se ha podido sobrevivir un impacto de bala, cuando éstas atraviesan partes del cerebro sin causar mucho daño debido a su tamaño. Pero aunque la persona sobreviva, la conciencia, al ser un fenómeno delicado que depende de la interacción de señales eléctricas viajando en el cerebro consistentemente, fácilmente se pierde ante el trauma de un impacto.

Así que será difícil que experimentes el veloz instante de la muerte: que sientas ese momento justo en el que mueres, pasará, según esta teoría científica, sin conciencia, un momento no tendrás idea de lo que está por sucederte, seguirás en el pasado, cuando ya habrás dejado de ser. La muerte sería justamente aquello que es inaprehensible, indescriptible, de lo cual no sólo no podemos extraer información, como un agujero negro, sino durante lo cual tampoco podemos procesar información.

Sin embargo, algunos investigadores plantean versiones alternativas. El físico Gary Hammond sugiere que ocurre “una dilación relativista del tiempo a último minuto que provee ‘una vida después de la muerte’ que en realidad ocurre microsegundos antes de la muerte y que por su enorme dilación temporal parece ocurrir después de la muerte”, dice Hammond. Aunque no escapamos de la idea de que la percepción de la muerte es una ilusión, la teoría de Hammond al menos provee de una post-experiencia de muerte.

Más radical es la teoría de Anthony Peake, quien sostiene que a través de la detonación de un neurotransmisor, debido al estrés que sobreviene al morir, no sólo experimentamos ese instante final, experimentamos todos los momentos de nuestra vida en una especie de holograma:

Sugiero que en lo que llamo Experiencias de Muerte Real, la persona que muere experimenta todas las percepciones reportadas en las clásicas experiencias cercanas a la muerte pero a grandes rasgos. Propongo que su percepción del tiempo se acelera tanto que literalmente se salen del ‘tiempo del reloj’ (el tiempo como es percibido por otros tales como un observador que presencia a un sujeto muriendo) y repentinamente se hallan en una zona atemporal forjada por la mente. Dentro de este estado atemporal entre la vida y la muerte (un estado que desde siempre ha sido reconocido por muchas religiones, llamado el “Bardo” por los budistas tibetanos y el “Limbo” por los cristianos) se experimenta la ‘revisión panorámica de la vida’, como la llaman los investigadores de las experiencias cercanas de la muerte. Sin embargo, a diferencia de los reportes de experiencias cercanas a la muerte como ‘mi vida destelló ante mis ojos’, yo sugiero que en la experiencia real de la muerte la vida se experimenta ‘en tiempo real’, literalmente revives minuto a minuto toda tu vida. El universo interno en el que esto sucede lo llamo ‘El IMAX Bohmiano’.

Fuente: io9